LUZ HABITADA
RETRATO DEL ARTISTA
En el cielo nocturno hay puntos de luz inalcanzables para
tus manos y tus labios. ¿Cómo podrías besar a esa estrella que se ofrece a tus
ojos desde un pasado remoto?
Tú caminas sobre la tierra que se baña en la luz y en la
oscuridad, y que arrastra a sus habitantes como los pasajeros de un tiovivo
cósmico que nadie puede detener. Caminas rodeado de tu soledad, sumergido en el
bullicio de tu memoria
Aquí y allá descubres espacios que se abren con el girar de
una puerta. Espacios habitados, impregnados de luz terrenal. Espacios donde
todo está al alcance de tus manos, de tus labios y de tus ojos.
Entras, buscas como una sombra anónima el lugar que te
estaba esperando. Tomas posesión de tu pequeño territorio, desde el que puedes
observar el mundo que ya es también tu mundo.
Todo lo que ves lo
haces tuyo, te pertenece, es parte de tu vida. Es la materia prima con la que
has de crear un instante de eternidad, una criatura efímera con vocación de
permanecer en la vida de quien la contemple.
Ves cuerpos que se mueven de una soledad a otra soledad, miradas que se cruzan sin
encontrarse, caricias que se dan al aire, palabras que se entrechocan y
explotan como burbujas.
Y también ves cuerpos que se acercan, que se reconocen y se
saludan con un abrazo y un beso. Ves los gestos del deseo, aspiras el aroma que
desprenden esas palabras que no oyes, te impregnas del sabor de ese alimento
que comparten los amantes, y que nadie sirve en tu mesa.
Tú eres una sombra con los ojos llenos de luz. Una presencia
que ocupa un espacio transparente. Nadie parece ocuparse de ti, pero tú estás ocupado
con la vida que circula a tu alrededor. Esa vida que se disuelve entre las
paredes de cristal de la copa de vino que tus dedos levantan de su tierra, y la
elevan al cielo de tus labios.
Respiras hondo y buscas un nuevo acomodo, una perspectiva
diferente que te abra la puerta al interior de lo que está ocurriendo a tu lado.
Intentas atrapar lo que sabes que no se deja atrapar.
Pero sabes también que todo lo que oyes, todo lo que tocas,
todo lo que ves, y todo lo que saboreas y hueles, deja una huella imposible de
borrar.
Una huella con vocación de color, de luces y sombras, de
formas que se mueven sin abandonar su reposo, de insinuaciones y gestos que
abren puertas a estancias íntimas fuera del tiempo. De sugerencias que acarician
y se van, mostrando un camino en cuyo final está el infinito.
Miras de nuevo al cielo nocturno. Esos puntos de luz que
parecían inalcanzables se muestran ahora cercanos, te hablan, te reconocen y te
llaman por tu nombre.
Caminas solo, pero caminas rodeado por una multitud amiga.
Tienes una prisa serena y tranquila por llegar a tu pequeño santuario, al
espacio donde saldrán a la luz que todos pueden ver las luces que solo tú has
visto.
Y esas luces habitadas, colgadas de una pared, son las que
vas a tener delante de tus ojos, tú que esto estás leyendo, para que las hagas
tuyas, porque nacieron para ti.
Juan Luis Llacer
http://www.juanluisllacer.es/
En el cielo nocturno hay puntos de luz inalcanzables para
tus manos y tus labios. ¿Cómo podrías besar a esa estrella que se ofrece a tus
ojos desde un pasado remoto?
Tú caminas sobre la tierra que se baña en la luz y en la
oscuridad, y que arrastra a sus habitantes como los pasajeros de un tiovivo
cósmico que nadie puede detener. Caminas rodeado de tu soledad, sumergido en el
bullicio de tu memoria
Aquí y allá descubres espacios que se abren con el girar de
una puerta. Espacios habitados, impregnados de luz terrenal. Espacios donde
todo está al alcance de tus manos, de tus labios y de tus ojos.
Entras, buscas como una sombra anónima el lugar que te
estaba esperando. Tomas posesión de tu pequeño territorio, desde el que puedes
observar el mundo que ya es también tu mundo.
Todo lo que ves lo
haces tuyo, te pertenece, es parte de tu vida. Es la materia prima con la que
has de crear un instante de eternidad, una criatura efímera con vocación de
permanecer en la vida de quien la contemple.
Ves cuerpos que se mueven de una soledad a otra soledad, miradas que se cruzan sin
encontrarse, caricias que se dan al aire, palabras que se entrechocan y
explotan como burbujas.
Y también ves cuerpos que se acercan, que se reconocen y se
saludan con un abrazo y un beso. Ves los gestos del deseo, aspiras el aroma que
desprenden esas palabras que no oyes, te impregnas del sabor de ese alimento
que comparten los amantes, y que nadie sirve en tu mesa.
Tú eres una sombra con los ojos llenos de luz. Una presencia
que ocupa un espacio transparente. Nadie parece ocuparse de ti, pero tú estás ocupado
con la vida que circula a tu alrededor. Esa vida que se disuelve entre las
paredes de cristal de la copa de vino que tus dedos levantan de su tierra, y la
elevan al cielo de tus labios.
Respiras hondo y buscas un nuevo acomodo, una perspectiva
diferente que te abra la puerta al interior de lo que está ocurriendo a tu lado.
Intentas atrapar lo que sabes que no se deja atrapar.
Pero sabes también que todo lo que oyes, todo lo que tocas,
todo lo que ves, y todo lo que saboreas y hueles, deja una huella imposible de
borrar.
Una huella con vocación de color, de luces y sombras, de
formas que se mueven sin abandonar su reposo, de insinuaciones y gestos que
abren puertas a estancias íntimas fuera del tiempo. De sugerencias que acarician
y se van, mostrando un camino en cuyo final está el infinito.
Miras de nuevo al cielo nocturno. Esos puntos de luz que
parecían inalcanzables se muestran ahora cercanos, te hablan, te reconocen y te
llaman por tu nombre.
Caminas solo, pero caminas rodeado por una multitud amiga.
Tienes una prisa serena y tranquila por llegar a tu pequeño santuario, al
espacio donde saldrán a la luz que todos pueden ver las luces que solo tú has
visto.
Y esas luces habitadas, colgadas de una pared, son las que
vas a tener delante de tus ojos, tú que esto estás leyendo, para que las hagas
tuyas, porque nacieron para ti.
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